sábado, 27 de septiembre de 2008

S/T

Se acerca la mañana, la botella esta casi vacía y ya sólo me quedan tres cigarros. La música retumba en mis oídos, mi canto desafinado no molesta a nadie. Le doy un trago directo a la botella, en estos momentos no cala nada en la garganta. Parece agua. ¿Qué estará pasando allá afuera? Tal vez lo mismo de siempre por eso ya no salgo a embriagarme.
Antes me la pasaba de cantina en cantina, de bar en bar, de antro en antro. Cogí con muchas mujeres: bellas, feas, viudas, casadas, solteras pero siempre mujeres. Bebí todo lo que contuviera alcohol y fumé todo lo que se me pusiera enfrente. Llegué a recoger las colillas de cigarro para sacarles hasta el último aliento de humo.
Tenía que vivir la vida, tenía que hacer todo lo que me placiera. Duré mucho tiempo briago. No dormí en muchas noches y cuando digo dormir me refiero a esa jornada larga de ocho horas.
Ahora tomo en mi casa. Voy y me compró varias botellas y cajetillas de cigarros, pongo algo de música, de buena música, y empiezo a beber como si fuera mi sangre, como hacen los sacerdotes católicos, y estoy devolviéndola a su sitio dentro de mi cuerpo. Abro la primera cajetilla de cigarros por que se han convertido en mi respiración, en mis pulmones, no tengo miedo de enfermar, tal vez ya estoy enfermo pero ¿Qué importa? Tal vez este lleno de enfermedades pero hasta este momento no me he sentido mal y eso es lo que importa.
Le di el último trago a esa botella que tenía a mi lado y la aventé. Me paré, el mundo se movía a mí alrededor, logré caminar unos pasos pateando unas botellas de licor. El sol ya había salido y me recargué en una pared, volteé para todos lados, el mundo seguía girando y llegué a ver una imagen delante de mí. Un hombre de pelo largo y grasiento, ojos desorbitados, colorados e hinchados, una boca seca, completamente blanca rodeada por una barba desalineada y que no había hecho siquiera el intento de rasurar en más de un mes también traía la camisa manchada y se sentía calida.
Ese tipo era yo, me había convertido en esto y me agradaba.
Si tengo esto, esto que veo en el espejo, si me tengo a mí y esas botellas tiradas porqué carajos pienso en lo que hay afuera. Allá afuera nunca tuve nada por que no me tenía a mí. Me tenían a mí.
Si algún día me llegará a enfermar, o a morir, a causa de esto creo que valió la pena.

martes, 2 de septiembre de 2008

El asesino (parte II)

II


Era una de las tardes más lluviosas del mayo y ya era tarde para llegar al funeral, la vialidad estaba interrumpida por un choque entre un camión de pasajeros y un carro Jetta color gris. La policía fingía hacer su trabajo pero la verdad es que estaban metidos en la patrulla cubriéndose de la intensa lluvia.
Cuando pude salir de aquel congestionamiento aceleré lo más que pude hasta llegar al panteón donde estaba siendo enterrado mi amigo. La verdad es que me estaba preguntando si ir o no al funeral, tenía la opción de ir a casa de César y charlar un rato, al cabo si Diego supiera que no estábamos en su funeral lo más seguro es que no se hubiera molestado pero tenía que ir al entierro pues necesitaba ver a Sara.
Cuando llegue al panteón me dirigí rápidamente, abriendo mi paraguas, hacia el montón de personas que estaba alrededor de la tumba. Me quedé un poco apartado de la gente pues no quería importunar mientras tanto buscaba con la mirada a César aunque encontrarlo era una posibilidad casi nula. César nunca asistía a los funerales entonces me puse a buscar a Sara y la encontré a los pies de la tumba rezando una oración. Llevaba puesto su vestido negro y su chal del mismo color y con las dos manos sostenía el paraguas sin apartar sus ojos grises de la tumba.
Después de media hora se había quedado vació el cementerio, sólo estaba Sara. Dudé un momento pero al fin me decidí a ir a su lado.
No sabía que decirle, tantos años de conocernos y ahora no sabía que hacer. Conocía todo de Sara, éramos muy buenos amigos, nos conocíamos desde la cuna prácticamente y ahora ahí estaba en un momento difícil y yo sin saber que hacer, que decir. Al final fue ella quien habló, aunque no me había volteado a ver.
—― Ahora comprendo por que a César no le gustan los funerales.
—― Si creo que tienes razón. Definitivamente esto parece un circo.
Sara frunció el entrecejo y yo comprendí que me había equivocado con aquel comentario, a fin de cuentas el que estaba enterrado era mi amigo, el esposo de Sara y debía guardarle cierto respeto pero Sara en cambio empezó a sonreír.
—― Que bueno que viniste.
—― Si. En cuanto me enteré tomé el primer vuelo y he venido a darle el último adiós a Diego. Tenía la leve esperanza de encontrar a César aquí pero parece que, definitivamente, odia los funerales.
—― Si pero fue a mi casa cuando se enteró de lo que había pasado y estuvimos platicando un buen rato. Creo que fue una buena terapia.
Otra vez nos quedamos en silencio observando la tumba de mi amigo hasta que decidí invitar a Sara a tomar un café pensé que sería buena idea que se despejara un poco de todo esto.
Cuando llegamos al café, Sara lo miró detenidamente antes de entrar. Escogimos una buena mesa y ordenamos algo de café y pastel.
Permanecimos en silencio comiendo el pastel lentamente, como si quisiéramos que nunca se acabara para no tener de despedirnos, quería preguntar cómo había muerto Diego pero me contuve, podría ser algo insensible de mi parte además ya debería estar harta de contar esa historia. Al final, otra vez, ella rompió el silencio.
—― ¿Y, cuando regresas?
—― Espero que nunca.
Sara se sorprendió con esa respuesta.
—― ¿Piensas quedarte aquí?
—― Eso es lo que tengo pensado.
—― Me alegro. Te extrañábamos mucho. Siempre nos juntábamos en este café ¿recuerdas? Incluso cuando te fuiste seguimos viniendo los tres pero nos hacías falta. Al fin y al cabo fue por ti que nos conocimos los cuatro.
—― Pues ahora aquí estaré.
Estuvimos recordando viejos tiempos durante casi cuatro horas. Después la fui a dejar a su casa y me hizo prometerle que la iría a visitar al siguiente día.
Cuando salí de su casa, me quede pensando en si ir a visitar a César o mejor ir a dormir pero me decidí por lo primero.
Llegué a casa de César, toqué al timbre y después de cinco minutos apareció un hombre vestido con camisa negra y pantalón del mismo color, como si se prepara para ir a un funeral. Aparentaba unos treinta y cinco años, se le notaban ya algunas arrugas, llevaba la barba desalineada y bigote ralo y sus ojos obscuros le daban cierto aire sombrío. Me invitó a pasar y me condujo a la sala y ahí me ofreció un cigarro.
—― Que bueno que llegaste —― me dijo César —― ¿Has ido al funeral?
—― Si.
—― ¿Has visto a Sara?
—― Por supuesto.
¬¬—― ¿Y…?
—― Pues la vi bien. Estaba tranquila y la verdad no esperaba menos de ella.
—― Si, igual.
—― Oye… bueno no le quise preguntar a Sara pero, bueno, quisiera saber de qué murió Diego.
—― Ya veo —― dijo César encendiendo otro cigarro y pensando cada palabra que me diría—― No te lo dijo.
—― No y no le quise preguntar.
—― Bueno era comprensible.
—― ¡César! ¿Por qué le das vuelta al asunto, qué paso?
César siguió pensativo y cuando noto que en mi rostro se reflejaba la preocupación de no saber nada y de que fuera algo grave dijo:
—― Lo han asesinado.
Aquellas palabras me dejaron helado ¿Asesinado? ¿Por qué? ¿Quién? Esto era algo que no podía creer. Me recargué en el sillón y encendí otro cigarro, lo necesitaba. Me quede observando la sala y pude notar algunos cuadros que César había comprado y colgado en la pared. Quería ver para todos lados menos a donde estaba César, no quería que viera mi expresión y que pensara que era un ser débil. Clavé mi vista en el piano de cola que tenía, herencia de su abuela. Al fin pude poner en orden las ideas y le pregunté:
—― ¿Por qué?
—― Veras, Diego tuvo problemas hace poco con unos tipos. No, no él no tuvo nada que ver. Ellos lo buscaron a él.
—― ¿Pero, qué tipo de problemas?
—― Les estorbaba. Veras, le hicieron varias veces ofertas para trabajar juntos y Diego las rechazó. Ya sabes él no era de los que hacían tratos con criminales, entonces la forma más fácil era asesinándolo. Así ya no tendrían obstáculos para seguir creciendo y eso fue lo que hicieron.
—― ¿Y, quién lo mato? ¿Ya lo agarraron?
—― En verdad crees que lo iban a agarrar. No claro que no. Él que lo mandó matar tiene algunos policías a su servicio.
—― ¿Entonces, sabes quién es?
—― Claro que se quien es pero eso no es lo que me preocupa. Lo que en verdad me preocupa es Sara.
—― ¿Qué tiene que ver Sara?
—― Veras Sara fue testigo del asesinato.
¿Qué quería decir César? Qué ahora Sara era la estaba en peligro. Qué la iban a matar a ella también.
—― Si, tal vez piensen hacer eso —― dijo César aunque yo no había formulado la pregunta —― No pueden dejar testigos.
Encendí otro cigarro para asimilar bien lo que César acababa de decirme ¿Sería cierto o sólo me estaba vacilando? Aunque él no era de la personas que bromeaban con algo tan delicado.
—― ¿Quieres una copa?
Asentí. En verdad la necesitaba pero mientras César preparaba las copas me vino una idea a la cabeza ¿Por qué ella no me lo había dicho? Cuando se lo comuniqué a César él me dijo que antes del funeral había ido hablar con ella y ella le comentó que no me diría nada.
—― Ella debe tener sus razones para no comunicártelo.
Tenía muchas preguntas que hacerle a César pero pensé que ya no me daría más respuestas. Ya me había dicho lo suficiente aunque yo tenía derecho a saber, Diego era mi amigo y quisiera saber porque no me dicen todo lo que esta pasando pero pensé que las respuestas llegarían a su debido tiempo.
Estuve en casa de César hasta casi las tres de la mañana y cuando me despedía le hice la pregunta que había pensado hacerle desde que llegue.
—― ¿Y, esa ropa, pensabas ir al funeral de tu amigo?
César esbozó una sonrisa y me cerró la puerta en la cara.
Durante el trayecto a casa me quede pensando en lo que me había dicho César y en cómo se iba a arreglar el asunto y lo que vino después era lo último que se me habría ocurrido para arreglarlo.