El escapulario
Gabriel caminaba sobre la calle más angosta de una de las colonias más peligrosas de la ciudad, llevaba sólo su, infaltable, cigarro Marlboro y la mano derecha a la altura de la cintura. Caminaba lentamente y la luz de la farola, a las tres de la mañana, no aluzaba mucho pero dejaba ver el escapulario que llevaba Gabriel sobre la camisa blanca. El infaltable escapulario con su típico color café y la virgen María de un lado y en el otro extremo del cordón San Judas Tadeo.
Llegó a una casa y abrió la puerta de golpe, entró y fue directamente a la recamara la cual también abrió bruscamente. Una señora y un señor se despertaron sobresaltados y miraron con terror al hombre que tenían enfrente.
― Buenas noches ― dijo Gabriel.
― ¿Qué haces aquí?
― Será mejor que no lo sepas.
Gabriel sacó la pistola con su mano derecha, la que llevaba a la altura de la cintura, y apuntó hacía el señor, jaló del gatillo, los ojos del señor habían adquirido una extraña mirada de terror y miedo y no conseguía articular palabra alguna. La señora sólo podía observar con esa mirada que tienen las mujeres y gritaba algo pero no se alcanzaba a entender en medio de aquella tensión. La bala salió disparada y se incrustó en medio de las cejas del señor que cayó tendido en la cama justo como se encontraba antes de que Gabriel irrumpiera en aquella habitación. La señora lloraba encima de su esposo y maldecía a Gabriel que sólo salió de aquel lugar sin decir nada y sin hacer caso de las palabras de aquella señora. Cuando se encontró a unos diez metros de la casa, a la que había entrado, agarró su escapulario con la mano derecha y se puso a rezar un Padre nuestro y un Ave María dedicada al difunto que yacía tirado en aquella cama.
El fugitivo
Juan estaba en casa de Mónica discutiendo por algunas viejas rencillas a que ahora salían a flote de nuevo.
― Pero esto no se queda así ― dijo Mónica enojada y apuntando con el dedo índice a Juan.
― ¿Qué vas hacer? ¿Hablarle a tu hermano mariguano y a sus amigos?¬― dijo Juan enojado.
― Ya le hable antes de que llegaras por si te atrevías hacerme algo.
― Eres una pendeja ― dijo Juan ahora con un toque de nerviosismo reflejado en su rostro ― ¿Hace cuanto que le hablaste?
― Ya deben estar por llegar ― dijo Mónica sorprendida ― .No me digas que tienes miedo.
― ¿Miedo? Esos putos están enfermos.
De repente se escucha el claxon de un carro Impala del año ´64 color verde y Juan lo reconoció al instante. Los pasajeros que iban en el carro se bajaron y se acomodaron las fuscas en el pantalón y uno saco una navaja. Juan no lo pensó dos veces y se dirigió a Mónica:
― A pesar de esto no olvides que te amo ¿O.k?
Juan se echo a correr lo más rápido que pudo y los cinco hombres que acababan de aparecer echaron a correr tras de él.
Mónica los vio pasar corriendo enfrente de ella que seguía parada junto a la puerta de su casa, estaba sorprendida por lo que le acababa de decir Juan y se dio cuenta de que llevaban ya tres años de novios y ahora estaban peleando por puras pendejadas y por cosas sin importancia que ya habían sido aclaradas en su momento. Se le vinieron a la mente recuerdos de cuando se conocieron, su primer beso, su primera relación sexual en la sala de su casa, su primer pleito y tantas otras cosas que la hicieron recapacitar y decidió ir tras su amado Juan así que echo a correr tras los demás.
Juan les llevaba buena ventaja, aparte de que era hábil la adrenalina muchas veces hace que hagamos cosas de las que no nos creíamos capaces.
Juan se brincó una barda y pensó que eso ocuparía a sus perseguidores un buen tiempo así que tuvo que pensar bien en siguiente movimiento y decidió ir a un lugar al que sus perseguidores no llegarían nunca. Así que dobló por una esquina hacía la derecha y siguió de frente.
Mónica supo que no les iba a dar alcance a los demás así que pensó en que lugar se podría esconder Juan hasta que se le vino a la mente uno y agarró un camino que llevaba directo al lugar que ella creía era un buen escondite.
Juan corrió lo más rápido que pudo y llegó a una casa que llevaba algunos años sola, entró y cuando llegó a la sala quedo sorprendido pues vio a Mónica sentada en uno de los sillones.
― No cambias Juan ― dijo Mónica sonriendo ― ¿Qué tal si le hubiera dicho a mi hermano de este lugar?
Juan se sentó a un lado de Mónica y dijo seriamente:
― No se lo hubieras dicho.
― ¿Cómo lo sabes?
― Por que en caso de se te pasara el coraje conmigo no hubieramos podido regresar a este lugar. Si viniste aquí fue por que recuerdas todas ls noche que pasamos aquí qué no.
― Bueno…tienes razón.
De repente se escuchó un ruido en la entrada de la casa y Juan se asomó por la ventana y vio al hermano de Mónica y a sus amigos tratando de entrar.
― Nos han encontrado ― dijo Juan.
― Pues vamonos. Algún día me querré casar y no quiero que el novio este muerto.
Juan se acercó a Mónica y la beso luego le agarro la mano y salieron corriendo por la parte de atrás.